De Pamplona a Irún, la mirada pegada a la ventana del autobús serpentea también en paralelo al río Bidasoa. Es fácil que termine adormilándose en los verdes más densos que nadie nunca pudiera imaginar sobre el tapiz de estas tierras de sirimiri casi perpetuo, o en sus montañas con lomo cansado.
Cursada queda la invitación: suba un día a lomos de La Burundesa y aventúrese entre la capital navarra y la vieja ciudad vascona de Easo. Sobre todo ahora que el ferrocarril del Bidasoa, conocido también como el tren “txikito”, celebra su centenario. Cualquier excusa es buena, sabido es, para el placer de los sentidos.
Hay relatos que se posan en la memoria colectiva, historias que se prestan de balde, hubieran sido verdad o no. Las crónicas de este pelaje se convierten en pura realidad de tanto repetirlas. Y el tren “txikito” las tiene, y muchas, aunque ya hace 60 años que el ferrocarril dejara de funcionar entre Elizondo e Irún.
Se cuenta, y dice, se recuerda y se vive -dos veces o más- que de lento que era, un día –sin precisar mes ni año en hemeroteca alguna- un joven elizondoarra apostó que en bici llegaba a Irún antes que el tren y, parece, se cree –hasta nos jugaríamos la mano o un ojo de la cara- que el ciclista efectivamente ganó el desafío. De lo que tampoco hay ninguna duda es de que los atunes de las pescaderas de Hondarribia que viajaban hasta la capital baztanesa para los días de mercado aparentaban cachalotes. Y que de que entre los ilustres viajantes se encontraba Pío Baroja, gran aficionado a los churros empapados en chocolate de Malkorra.
Sepan, no obstante, que el trazado hoy en desuso se ha convertido en vía verde. En total 35 kilómetros desde Legasa a Endarlatsa siempre con el Bidasoa como compañero de viaje.